El barranco de Güímar tuvo una vez un ancho de 1,4 kilómetros de agua corriendo a toda velocidad. En esa misma noche aparecieron doce barrancos nuevos en el Valle de La Orotava y el puerto donde atracaban los barcos, el Limpio Grande, en Puerto de la Cruz fue sepultado por toneladas de material. Una intensa lluvia que duró once horas seguidas hizo que más de 300 casas, solo en La Orotava, fueron arrancadas de raíz y otras tantas se afectaron gravemente.
Algunas crónicas hablan de 1.000 muertos, otras de centenares pero está claro que fueron muchos y que la Isla se vio totalmente arrasada. Esto ocurrió en Tenerife, la noche del 7 al 8 de noviembre de 1826. Es la catástrofe natural más grande de la Historia de Canarias y apenas nadie conoce nada de ella. No figura en los libros de historia que se estudian en los centros escolares. No está en la memoria colectiva como un riesgo que pueda volverse a repetir. Casi no existe.
Uno de los pocos elementos que han quedado como testimonio es una marca en San Juan de La Rambla donde hay una inscripción en un segundo piso donde dice que hasta ahí llegó el agua.
José Luis Hernández es profesor de Secundaria en Los Salesianos, en La Orotava, y miembro de la Asociación Canaria de Meteorología (Acanmet). Hace un par de años llegó a sus manos una crónica escrita por el párroco de El Realejo Alto donde hablaba, con detalle, del suceso y comenzó a investigar y a recopilar documentación al respecto. De ese trabajo ha salido un documental que presentaron hace un par de semanas en el Ayuntamiento de La Orotava y que irán promoviendo por distintos centros culturales y educativos para dar a conocer este curiosamente hecho desconocido”, comenta.
Once horas lloviendo torrencialmente generó grandes destrozos en la Isla. “La gente no se oía del estruendo del agua y nadie sabía si estaba más seguro en su casa o fuera.
En 1826 no había fotografías ni videos y ha quedado muy poca constancia documental del suceso. Se sabe que los muertos fueron centenares pero no hay un censo exacto. El militar Juan Megliorino dice que “más de 1.000” y otras crónicas hablan de 265 muertos solo en el Valle de La Orotava; 112, en La Orotava; 35 en Puerto de la Cruz; 14 en Los Realejos; y 52 en La Guancha. “Hay que recordar que en esa época en La Orotava vivían 6.500 personas y que falleció el 1,6% de la población”, insiste José Luis Hernández a quien le resulta inexplicable que algo así haya pasado tanto tiempo desapercibido.
“En la Acanmet, esta tormenta es considerada como el paradigma de las tormentas”, explica el meteorologo aficionado y remarca que “no podemos clasificarlo como huracán, ciclón o lo que sea porque no tenemos datos suficientes”. Eso sí, tienen claro que fue una desgracia que acabó con la economía de la Isla. Como dato significativo, la riada fulminó 15.000 higueras en la zona Sur de Tenerife y todos los viñedos de la Norte. Una auténtica ruina económica. Como base documental de este trabajo divulgativo, José Luis Hernández se basa en las crónicas de Sabino Berthelot y de José Agustín Álvarez Rijo (o Rixo, según los autores) que eran íntimos amigos y se cartearon explicando cómo cada uno había vivido la tormenta, uno en Santa Cruz y otro en el Norte. “He puesto todo el material en orden y he tratado de interpretar lo que ellos contaban”, explica el investigador. “Berthelot habla de que a la tormenta le antecedió una estela caliginosa e, investigando, me doy cuenta que hablaba de la típica nube de temporal sudoeste, un cúmulo lenticular”. Varios autores, entre ellos el francés Emilio Aubert, hablan de que la noche anterior a la tormenta había unos “globos de fuego” en el aire y los describe como luces que se veían en el cielo, que tililaban y que desaparecían.
“Indagando, llego a la conclusión de que podrían ser rayos globulares, un fenómeno muy extraño que aquí nadie había visto jamás”, afirma el autor del documental.
Rescatando todas las crónicas se puede saber que fueron once horas seguidas de una caida de agua constante, con una gran cantidad de aparato eléctrico hasta el punto que el cielo se iluminaba y se veía como si fuera de día. “Eso significa que sería un fenómeno casi tropical, pero necesitaríamos más datos para poder clasificarlo como se hace hoy en día”, remarca el investigador, con lo que deja claro que la tormenta Delta no ha sido la primera de estas características que llegó a Canarias.
En esas 11 horas de terror, no solo murieron cientos de personas sino que, también, se arrasaron zonas boscosas completas; se produjeron efectos en el relieve que hoy en día son constatables. Por ejemplo, sepultó el antiguo muelle de Puerto de la Cruz con la cantidad de elementos que bajaron por el barranco de San Felipe hasta el punto que su desembocadura creció 250 metros. En ese mismo lugar, desapareció el Castillo de San Felipe al igual que lo hicieron cuatro o cinco castillos más como el de San Felipe en Santa Cruz de Tenerife. También el agua arrasó con acueductos, puentes y todo tipo de vías. Algo así tuvo que producirse por un caudal de agua enorme, el profesor de la Universidad de La Laguna Eustaquio Villalba ha llegado a calcular que pudieron ser 1.000 litros por metro cuadrado. Fruto de esto, en Las Cañadas del Teide se formaron grandes lagunas de agua que, al desbordarse, se abalanzaron por la zona de La Guancha produciendo allí más de 50 muertos.
Esa fue la tormenta que se llevó al mar a la primigenia Virgen de Candelaria y de la que apenas hay memoria histórica.
Riada en Puerto de la Cruz
El meteorologo aficionado José Luis Hernández ha reproducido, en un moderno mapa de Google, la riada que se produjo en la madrugada del 7 al 8 de noviembre de 1826. Tal y como se puede observar en la imagen, el agua acabaría con más de la mitad de las zonas pobladas hoy en día en Puerto de la Cruz. Algo similar ocurriría con otros lugares de la Isla como es el caso de el Valle de Guímar. De hecho, según las crónicas el barranco de El Infierno tuvo un ancho de agua corriendo de 1,4 kilómetros lo que, de producirse en la actualidad, arrasaría con un buen tramo de la autopista del Sur y con toda la población del Puertito de Güímar. Un aluvión de estas características en una isla de un millón de habitantes, más la cantidad de turistas que visitan cada año Tenerife, tendría unas dimensiones de catástrofe muy superior a Delta o al 31-M.
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